Hoy es 26 de agosto de 2014 y hace 100 años nació en Bruselas, Bélgica uno de los hombres que logró cambiar no solo los cánones de la literatura hispanoamericana, sino aportar a la imaginación del mundo los relatos más fantásticos con solo prestar atención y observar en lo cotidiano todas esas cosas que ocurren para encontrar la poética del espacio, del tiempo y de la memoria. Ciudades que eran lo mismo Buenos Aires, París o Nueva York se cristalizaron en sus relatos. Personajes que rodaron desde su cama y la barra del bar hasta las páginas descompasadas de relatos sin orden aparente quedaron en la memoria de generaciones enteras desde Buñuel o Godard hasta Paez o Cerati.
También este año se cumplen 30 desde que el genio de barba, pipa y ojo caído dejó este mundo en su adorado París quedando sepultado bajo una lapida de mármol blanco diseñada por uno de sus último de sus amores, con quien comparte sepultura: Carol Dunlop.
Yo no voy a poner hoy ninguna cita sobre Cortázar por que el bien sabe que hemos estado juntos desde siempre. como cuando nos encontramos hace muchos años en la preparatoria, cuando me instruyó en como enamorar a las chavalas o la última vez cuando fui a buscarlo a París y tardé horas en encontrarlo…
En marzo de 2012 emprendí un viaje para saldar una deuda de honor pactada en silencio en la que me prometí llevar algún día a mi madre a conocer París. Esa ciudad me agobia, con tanto monumento, con tanto laberinto y tanto turismo. Pero sobre todo me abruma por tanta historia, tantas capas embarradas de cine y literatura.
Uno de los actos más morbosos de la cultura del espectáculo (como la llamó Guy Debord, otro célebre parisino) es la costumbre de visitar los panteones como si fuesen museos expuestos de personajes famosos, lo cual obviamente es inevitable y más aún cuando eres fan, sobre todo cuando eres mexicano fan, los más acérrimos exponentes del groupismo. Y entonces yo llegué ahí, a regocijarme con fotos de los sepulcros violados de Serge Gainsborough, Jean Paul Sartré y Porfirio Díaz, entre otros.
De pronto y de golpe me di cuenta que estaba ahí, en Montparnasse, a unos pasos del lugar de descanso eterno de Julio Cortázar, uno de los pilares de mi pensamiento, aquel responsable de convertirme en artista, de sensibilizarme al grado del llanto o la locura, de quien aprendí sobre las mujeres mas de lo que pude haber aprendido de un padre. Y sentí el impulso de buscarlo. Y lo busqué como loco durante horas sin poder encontrarlo, y es que el mapa de Montparnasse no es precisamente la cartografía de lo evidente y parte de la magia de perderte en un panteón de París entre la lluvia y el frío es justamente esa, la experiencia.
Finalmente después de dar vueltas por todas partes mi madre encontró la tumba. Se trataba de una lápida de mármol blanco dividida en dos secciones al más puro estilo minimalista rematada por un conjunto de lunas en negro y blanco. El nombre de Julio Cortázar y la fecha 1914-1984 aparecían ahí junto a los de Carol Dunlop. Fue impresionante mirar la cantidad de elogios, escritos, tributos, piedras, boletos de metro, agradecimientos, intervenciones directas sobre la tumba del hombre y demás gestos conmovedores depositados sobre la tumba del escritor. Pareciera ser que el blanco puro del mármol de su lápida fue ideado para recibir todas las palabras de la gente que llega a París únicamente para manifestarle algo a alguien que al parecer les dio mucho. Junto a mi había una chica argentina que entre lágrimas me pidió un minuto a solas con la lápida.
Julio Cortázar cumple 100 años el día de hoy, 26 de agosto de 2014. Y digo cumple por que a pesar de estar ahí bajo esa lápida llena de palabras en Montparnasse desde hace 30 años, es uno de los escritores más vivos y más trascendentes del último siglo. Responsable de enamoramientos fugaces, perfecto cazador de experiencias y transformador de lo cotidiano en lo universal, creador imparable de personajes, ambientes y mundos imaginarios, Cortázar nos heredó una serie de “Instrucciones” para todos aquellos seres sensibles (Cronopios quizás) que no sabemos bien a bien como sobrevivirle a este mundo.
Cortázar decía que los cronopios y los famas se distinguían por la manera en que ordenaban los recuerdos en casa. Mientras los famas etiquetaban todo y lo guardaban en cajones y estantes; los cronopios por el contrario los dejaban botados por todas partes, para encontrarlos de vez en vez y sorprenderse con ellos, acariciarles la cabeza de vez en cuando. Yo quiero pensar que de esa manera podemos también abrir las páginas de uno de esos libros que nos forjaron de adolescentes, ya sea Rayuela, Todos los fuegos el fuego o las Historias de Cronopios y de Famas y encontrarnos al viejo barbón de ojo caído sosteniendo a su gato rayado, y compartir unas fumadas juntos que nos lleven a esos escenarios que dejaron en nuestra memoria temprana todos esos relatos.
Por: Isaac Torres.