Mediados del mes de marzo, el año es 1993 y el lugar es la aldea de Ayod, al sur de Sudán, un lugar atacado por la guerra y el hambre como desafortunadamente sucede en casi todo en continente africano, donde las enfermedades y la falta de alimento son cosas de cada día. Kevin Carter, es un fotógrafo sudafricano acostumbrado a tomar imágenes de la guerra, el hambre y las brutalidades de la desigualdad social, y está ahí acompañando a un centro de alimentación de la ONU, que está en el lugar para darle comida a la gente.
En lo que los pobladores locales reclaman la comida que tanto les escasea, Carter decide alejarse un poco y dar una vuelta para tomar un par de fotografías. Encuentra su toma, requiere de 20 minutos encontrar la toma perfecta, esperó a que todos los elementos se encontrarán en perfecto equilibrio para tomarla, fue tan perfecta, que en ese momento ni se imaginó que 13 meses después recibiría el Premio Pulitzer por esa fotografía, y que 16 meses después, cometería suicidio, a la edad de 33 años.
La imagen de la que platicamos dio la vuelta al mundo: un niño muy delgado y casi en los huesos recostado en la tierra, mientras atrás de él a sólo unos cuantos metros, se encuentra un buitre acechando, esperando el momento ideal para su ir por su carroña.
Carter nació en Sudáfrica en 1960, siempre fue un hombre que vivía a tope las emociones. Hijo de una segunda generación de irlandeses que creció en medio de las dramáticas historias de violencia y segregación que azotaron a aquel país, iniciándose en el medio como fotógrafo de deportes y luego como freelance para varios medios sudafricanos. En diversas ocasiones mencionó que de no haber sido fotógrafo, hubiera sido corredor de autos, un ejemplo de que siempre vivía al límite.
Muchos atribuyen su suicidio a la crítica y presión social que sufrió tras la publicación de la foto, ya que luego de ser publicado por primera vez en la portada del New York Times en 1993, inició un debate con aquellos que interrogaban su calidad moral al tomar la foto en lugar de ayudar al niño, algo que sólo fue una parte del problema.
Carter sufría diversos problemas, y de hecho varios años antes ya había intentado suicidarse, fumaba White Pipe, que era una mezcla de marihuana, mandrax y barbitúricos, tenía problemas familiares y era muy desordenado, perdiendo incluso sus rollos fotográficos. Además, le afectaba profundamente todo lo que había visto a lo largo de su trabajo como fotógrafo: guerras, matanzas, hambrunas, violencia y odio.
Carter era parte de un grupo de colegas llamado el Club del Bang-Bang, conformado por cuatro fotógrafos que eran capaces de sacar una foto mientras su cámara se salpicaba de sangre, y que retrataron la brutalidad y el racismo del apartheid, a pesar de la represión a la que fueron sometidos. Joao Silva,Greg Marinovich y Ken Oosterbroek eran los demás integrantes del grupo, éste último fue asesinado el 18 de abril de 1994, cuando Carter estaba con ellos en Johannesburgo y los dejó para ir a una entrevista. De camino a ella, escuchó en la radio como sus amigos habían sido alcanzados por las balas, cobrando la vida de Oosterbroek.
El 27 de julio de 1994, manejó su carro hacía un área que conocía bien en Johannesburso, ya que ahí jugaba de pequeño. Conectó el escape de su carro a una manguera hacia la ventana de su auto y murió al inhalar cantidades industriales de monóxido de carbono, dejando una nota que, entre otras cosas, decía lo siguiente: “Lo siento, de verdad lo siento mucho. He llegado a un punto en el que el sufrimiento de la vida anula la alegría. Deprimido, sin teléfono, dinero para la renta, dinero para la manutención, dinero para las deudas, ¡dinero! Me persiguen las vívidas memorias de las muertes y los cuerpos, y la rabia y el dolor, del hambre y los niños heridos. Me persigue la pérdida de mi amigo Ken”.
Incluso cuando recogió el Premio Pulitzer en mayo de 1994, mencionó en su discurso: “Es la foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña”.